No pasó tanto tiempo como para que lo haya olvidado.
En la vidriera descansaban unas botas que me parecieron soñadas. La moda y yo tenemos una relación difícil así que cuando encuentro algo que me gusta, hago fuerza para que me quede bien. Pasaron varios días antes de que entrara a probarlas. Me senté en el sillón de la zapatería a esperar al vendedor saliendo con un par de cajas por la puerta que daba al depósito. ¿Quién no sonríe cuando ve asomar la cabecita por atrás de la pila que seleccionó para nosotrxs, eh?
“Tengo 37 y 40, te las traje igual”, me dijo. Suspiré, descarté las más grandes y me concentré para entrar en las 37. Las calcé, con los dedos como garras. Solo de subir el cierre y pararme, ya me dolían los pies. “No, esto no va. Son chicas, me apretan un montón”, le dije. “Ay, bueno, la moda tiene que doler, estar linda es un sacrificio”, me respondió.
Le solté un “¿¿CÓMO??” para el que necesitaría mayúsculas más grandes, junto con una mirada de rayo mortífero que debería haberlo perforado, pero no, tranquilxs, nadie salió herido.
TODAVÍA CONVIVIMOS CON UNA IDEA QUE, POR SUERTE, SE VA DESHILACHANDO AL MISMO TIEMPO QUE NOS HACE MÁS LIBRES: LA IDEA DE QUE –SOBRE TODO LA MUJER- DEBE ANTEPONER CIERTO ESTILO “FEMENINO Y ELEGANTE” A CUALQUIER OTRA COSA, INCLUSO LA INCOMODIDAD O PEOR, AL DOLOR. No por nada los movimientos feministas de principio del S XX lograron flexibilizar el uso de corsés que ahogaban y promover el uso de prendas más cómodas y funcionales para lo que estemos haciendo o simplemente las que elegimos porque nos gustan y ya.
Una de las cosas que espero que se queden cuando la pandemia pase, es la flexibilidad que adquirimos para estar comodxs. Esto de trabajar en casa, de pasar mucho tiempo adentro, nos bajó de incomodísimos tacos y de pantalones súper apretados que nos obligaban al contorsionismo y al equilibrio extremo a la hora de ir al baño. Hoy trabajamos en pantuflas y amamos usar lo que nos hace sentir bien: quizás un corrector de ojeras, un peinado prolijo o una remera que nos gusta para presentarnos a las reuniones laborales o a las clases de la universidad. ¿No es más fácil sonreír cuando lo que usamos nos queda cómodo?
Espero que todxs hagamos fuerza para sostener la vuelta a las actividades presenciales con el que nos guste y nos quede cómodo. Deseo para todxs que los corsés que cortan la respiración como prenda ícono de aquello que duele, que agobia al punto de cortar la respiración, sean un recuerdo de siglos pasados y de un sometimiento al que nunca deberíamos volver. No lo perdamos de vista.
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