ABRO EL CIERRE, SACO EL CELU, MIRO INSTAGRAM, LO GUARDO. Abro el cierre, me pongo alcohol en las manos, lo guardo. Abro el cierre, busco un caramelo. Vos sabés mejor que nadie la impaciencia que me provocan las filas. En general soy una persona tranquila, pero no me dejes más de cinco minutos en una cola porque me transformo. Encima quedé atrás de una señora que enseguida me miró con la intención de hablar. Yo no tenía ninguna intención. Pero no importó. Empezó comentando lo caro que está todo. Qué barbaridad. No dije nada. Enganchó con las vacunas, que no eran suficientes. Qué barbaridad. No dije nada. Atrás mío había un tipo con cara de buenos amigos, le pedí si me podía guardar el lugar y me escapé.
CUANDO VOLVÍ, LA FILA APENAS HABÍA AVANZADO Y LA SEÑORA HABÍA ENCONTRADO UNA NUEVA VÍCTIMA. Ahora hablaba del horóscopo chino y de que por fin se había terminado el año de la rata de metal. Manejaba una información bastante confusa del tema pero eso no la detenía. Es más, cuanto más hablaba, más se empoderaba. Y yo cada vez más ansiosa. Empecé a jugar nuevamente con tu cierre, te pido perdón. Finalmente llegó mi turno (estaba en la fila del supermercado, no sé si lo había mencionado), me quise apurar a pagar y al sacar a billetera con un movimiento brusco, y bruto, se me saltó el esmalte. Obvio, las uñas recién pintadas. Volví a casa agotada. Y todavía faltaba lo peor: la ceremonia de la sanitización. Pero eso no da para un monólogo, da para un libro entero.
¿Tu cartera también es víctima de tu impaciencia?
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