VOS, YO Y EL HOMBRO. Un trío inseparable. Y como en toda relación intensa, tenemos nuestros conflictos. Como el otro día en el auto… el celu sonó una vez. Sonó dos. Listo, a la tercera estacioné. ¿Quién insistía tanto en hablar conmigo? Porque hablemos de esto. Ya nadie te llama por teléfono. Y aprovecho para hacer este comentario aunque no quiero delatar mi edad, pero daleeee… hay cosas que por wassap no van. Tengo una amiga que cada tanto se ve que me extraña y me tira un “¿cómo andás?”. Siempre me quedo mirando la pantalla pensando en lo que de verdad tengo ganas de contestarle (“¿en serio pretendés que te escriba con este mini tecladito todo lo que me pasa?”), pero para no ser mala o desagradable le pongo “bien, ¿vos?”, y pasamos a la siguiente fase. La otra es arrancar con 40 audios, y entonces… ¿mejor hablar, no?
BUENO, el caso es que evidentemente ese día alguien quería hablar conmigo. Me gana la ansiedad. La intriga. Paro, pongo balizas, me giro, manoteo en el piso de atrás del auto hasta que te encuentro. Y viste cómo son las cosas. Justo esa mañana te había cargado de cosas innecesarias: el libro de 240 páginas que se me ocurrió que capaz retomaba en la sala de espera de la ginecóloga, los anteojos de leer, el estuche de los anteojos de sol que llevaba puestos, la billetera esa grandota y hermosa. Ahí, fácil, ya había 5 kilos. Entonces te localizo, tiro así toda incómoda y ayyy, el manguito rotador. El maldito rotador no resistió la proeza y después me dolió el hombro toda la semana. Obviamente cuando logré agarrar el celu ya había dejado de sonar, pero lo que sí sonaba entonces era la bocina de un taxista muy enojado, porque parece que en toda la maniobra no me estacioné tan correctamente como hubiera querido.
Y tu hombro, ¿cómo se lleva con tu cartera y tus excesos de equipaje?
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