Es increíble la cantidad de cosas que somos capaces de hacer en nombre del buen humor. ¿O no? Vos lo sabés mejor que nadie. Porque cuando estoy contenta (le cuento al que no me conoce) me dan ganas de llevar a cuestas todos esos kilos de felicidad que siento y saco a pasear varios modelos de hebillitas, maquillaje que no usé ni para el casamiento de mi mejor amiga… y hasta una especie de diario improvisado que llevo en una libretita y que después, cuando lo leo ya no tan contenta, me da un poco de vergüencita ajena.
OTRA COSA QUE ME PASA CUANDO ME LEVANTO CON ESA SENSACIÓN DE “HOY TODO LO PUEDO”... Es que soy capaz de tomarme con tranquilidad el mail de mi jefe (no tan tranquilo él). Seee, como que de pronto el buen humor se convierte en un superpoder… y tampoco me molestan los ladridos del caniche de mi vecina (que manejan un agudo que te hace entrecerrar los ojos, ¿ubicás esa sensación?), o el encontrarme con los platos de ayer a la noche que mi pareja no lavó (cuando claramente habíamos quedado que esto era innegociable). Pero viste cómo es esto del ánimo. Si en cambio mi despertar no fue tan zen, todo lo anterior puede presentarse exactamente con la energía inversa. Y paso de Heidi a una novela de Stephen King en un minuto. Y salgo fastidiosa. Y vuelvo porque me olvidé el barbijo. Ah, y la bolsa para las compras. Uy, el alcohol en gel. Hasta que llega un punto en que ni me acuerdo para qué salía.
Dime qué llevas en tu cartera… y te diré de qué humor estás. ¿Están de acuerdo con esta máxima?
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